Pregón de la Semana Santa
de Carmona 1956
Dignísimas autoridades... queridos paisanos
todos:
Por desgracia no soy orador, aunque eso sí,
quisiera serlo, para complacer hasta el máximo
a todos los aquí reunidos, y también
para poder expresarle a mi amigo Pedro Valverde todo
el agradecimiento que me invade por los cariñosos
pero inmerecidos elogios con que me ha presentado
y, sobre todo, por esas lágrimas emocionadas
que me ha hecho derramar con su oratoria cálida,
sentida y magistral.
Para pregonar por primera vez las excelencias divinas
y humanas de la Semana Santa carmonense, fue escogida
acertadísimamente, la recia personalidad literaria
y universitaria del Ilmo. Sr. D. Alfonso de Cossío...
Para resumir en pocas palabras el gran triunfo que
D. Alfonso cosechó en el corazón de
Carmona, podemos decir sin exagerar que Carmona, antes
de oírle, esperaba en él al Pregonero
Catedrático, pero que después de escucharle
reconoció y aplaudió en D. Alfonso a
todo un catedrático de pregoneros, porque con
su palabra llevó hasta cada alma carmonense
toda la emoción y toda la poesía que
encierra nuestra Semana Mayor.
Para segundo pregonero ha sido designado, aún
en contra de su particular opinión, este hijo
de Carmona a quien tantas cualidades y virtudes le
faltan y tantos defectos le sobran.
Yo os ruego desde lo más hondo de mi corazón,
sin alardes de falsa modestia, que no esperéis
de este segundo pregonero lo que con tanta brillantez
supo daros el anterior, así como que vayáis
preparando vuestra benevolencia para estas cuantas
cuartillas sobre las que un paisano vuestro ha plasmado,
a falta de otros méritos, todo su cariño
y todo su amor por este bello trozo de mundo donde
hemos tenido la suerte de nacer.
Todos nos hemos preguntado alguna vez por qué
la Semana Santa de Andalucía es la primera
Semana Santa del mundo; por qué esa evocación
de martirios y amarguras de la Redención encuentra
su mejor marco en la esplendorosa primavera andaluza,
que es la primavera más primaveral de la Tierra...
En principio, parece hasta contrario a la lógica
humana el hecho de que la angustiosa silueta de la
Cruz alcance en nuestros espacios luminosos y alegres
las más altas cimas del conmover y del emocionar...
Lo cierto es que la sangre de los Crucificados es
sangre fresca y reciente bajo nuestro cielo y que
las lágrimas de nuestras Vírgenes vienen
a ser más reales, más ardorosas, más
recién lloradas, más como son o como
eran las lágrimas de nuestras madres propias...
para explicar este prodigio no sirven las razones
frías ni las lógicas sin corazón.
El secreto de la supremacía cofradiera de nuestra
región es como una hiedra que se enreda y trepa
por las cuatro letras de una palabra divina y humana:
AMOR... Amor que rebosa hasta hacerse pasión,
esto es, hasta hacerse entrega sin reparos; hasta
hacerse contraste de muerte y de salvación;
hasta que el amor se convierte en rosal espinoso y
florecido a la vez... Amor de Redentor...
Para patria de su sacrificio escogió el Señor
a Palestina, tierra niña, sin pesadumbres de
nieblas, siempre en primavera... La escogió
así de sonriente para escenario de su santa
Tragedia, como diciéndonos con ello que su
fin es el principio del más infinito de los
júbilos, y que su muerte no dejaría
a sus espaldas los apagados tonos del luto, sino las
encendidas alegrías de una Primavera ansiada.
Una hermosa Primavera de perdones divinos floreció
en la clara y bella primavera israelita, tan idéntica
a nuestra primavera andaluza. Niña es Palestina
por los azules limpios de su cielo, por su sol y por
sus campos, y niña es también Andalucía,
por su cielo, por su sol y por sus campos. Porque
esta segunda Palestina que es Andalucía, es,
en la familia de regiones españolas, la niña
de la Casa Patria: la que mejor sabe sonreír,
la que mejor sabe soñar, la que mejor sabe
llorar... Por eso en ella palpitan los corazones de
sus Dolorosas y duelen las llagas del Señor...
Por eso y no por el oro y la plata de sus pasos, es
la Semana Santa andaluza la primera del mundo...
En el corazón mismo de Andalucía hemos
nacido por la gracia de Dios. Desde Sevilla la
capitana general de Semanas Santas hasta la
Carmona encalada como un caserío de buen cortijo,
no hay más distancia que la ocupada por un
ancho huerto de olivos... ¡Olivos!... los árboles
más del Señor, son también los
árboles más de Carmona... Entre ramas
de olivo triunfa Jesús en Jerusalén,
y entre atormentados troncos de olivos bebe el cáliz
de la amargura. Carmona es así de evangélica;
Carmona es así: tan Jerusalén. Los caminos
del Evangelio son caminos rubios caminos rubios
de espigas maduras y las parábolas del
Señor enseñan con semillas y siegas
como las nuestras, con siembras y cosechas como las
nuestras; hablan de nuestra vega misma; de sus cortijos
y de sus surcos... Hablan de hombres como los nuestros;
de jornaleros y de patronos... Los pozos en que bebe
el Señor son pozos de brocales blancos, como
los de Carmona y la flor que mejor simboliza la paradoja
bendita de la Pasión, es la flor más
exclusiva de nuestros patios: el clavel... El rojo
clavel que es perfume de amor sin dejar de ser color
de sangre.
Siendo así Carmona, campo cristiano y blancura
de Jerusalén, no es extraño que sus
hijos de ayer y de hoy, con entusiasmos de siglos
y devociones de cada día, se hayan esforzado
en lograr tanta magnificencia en la reproducción
viva de la divina Pasión. Carmona es cofradiera
por razón natural; Carmona es cuna de «capillitas»
por vocación y hasta por obligación.
A privilegios azules del cielo, corresponden los hombres
con los ojos vueltos al cielo... Por esta razón,
el carmonense no dice nunca «ya se siente llegar
la primavera»; el hijo de Carmona dice siempre:
«Ya se huele a Semana Santa». En esta
expresión entran cirios encendidos, cornetas
y tambores, inciensos y saetas... En ese decir «ya
se huele a Semana Santa», se impone toda la
necesidad que Carmona siente por ver en sus calles
y por entre sus balcones la Gran Verdad en carne viva
y a la bendita Madre de las madres, coronada, por
llanto y por dolor, como Reina de las madres que sufren.
«Capillita» de Carmona: «capillita»
que sale y «capillita» que no verá
imágenes suyas bajo el próximo cielo
abrileño... «Capillita» de Carmona,
salgas o no salgas: a ti te dedico lo poco que vale
mi Pregón, porque tú eres costalero
de todo el año; porque tú, «capillita»,
vienes a ser capataz responsable y atento de toda
una cofradía a través de las muchas
esquinas y estrecheces de cada año y de cada
día; para ti, corazón de fe con dos
altares, el agradecimiento de la Carmona Cristiana.
Al hablar de los «capillitas» carmonenses,
no quiero dejar de nombrar a dos de ellos, dos paisanos
nuestros, que, al sentir la vocación de escultores,
se decidieron por los gloriosos motivos de la divina
Pasión, para hacerlos temas señeros
de su arte: Eslava y Buiza... Eslava es dueño
artístico de la Quinta Angustia suyas
son todas las imágenes de esta cofradía
así como también algunas de las figuras
de las hermandades de la Esperanza y Expiración...
Buiza, el más joven de ellos, no halló
todavía un hueco en las necesidades imagineras
de Carmona, aunque creemos que él deseará
ardientemente inmortalizarse en ella con la misma
maestría con que lo hizo ya su hermano de arte
y vocación... Lo cierto es, que estos dos hijos
de Carmona, con su trabajo de manos en delirio de
fervor, han elevado a nuestra patria chica a la categoría
privilegiada de Madre de Imagineros... Ellos dos encarnan
prodigiosamente el gesto de todo capillita entusiasta,
cuando volviéndose hacia sus pasos dice en
un susurro que nos trasciende del capuz: «Ése
es mi Señor»... «Esa es mi Dolorosa»...
Yo estoy seguro de que Eslava y Buiza dirán:
«ése es mi Señor» y «esa
es mi Dolorosa», con lágrimas en los
ojos y en la voz, porque realmente son imágenes
suyas; porque las sacaron de sus venas cristianas
con la ternura del incienso y con el arrebato bronco
con que se sacan de los fondos del alma los crispados
quejidos de una saeta...
Desde el Domingo de Ramos hasta el Sábado de
Gloria, la Carmona labradora se recoge en sí
misma, deja de mirar hacia su campo, y el campo viene
hasta sus calles con el fervor soleado de sus camperos:
Gañanes grises las ropas
al pueblo van regresando
con mensajes en los ojos
de regadíos y secanos.
¡Ay, el campo de Carmona
qué solo se está quedando!
¡Qué solas sus gañanías
en un Domingo de Ramos!
La túnica, y el capuz,
cortijeros y hortelanos,
sobre cómodas humildes,
están limpios y planchados,
por unas manos, de madre
para un desfile cristiano
de mosquetones de cera
en vuestras manos con callos...
|
Madres de Carmona; madres nazarenas: ¿No es
verdad que al planchar las túnicas y los capuces
de vuestros hijos nazarenos, ponéis en vuestras
planchas, junto al calor que les dio el fuego de la
cocina, ese otro ardor tierno y sin igual de vuestro
amor de madres? Madres de Carmona: yo sé que
vosotras no dejáis que nadie arregle ese uniforme
serio que vuestros hijos vestirán en el más
humilde y glorioso de los desfiles, porque tampoco
consentís que nadie prepare las maletas de
vuestros hijos cuando los llama la Patria, y porque
vuestras lágrimas se mezclan con el agua del
«espurreo», lo mismo al planchar un kaki
de soldado español que al planchar una túnica
de soldado de Cristo.
Por fin llega el día de la salida... Del patio
y de la huerta trajeron ya las flores mojadas todavía
de rocío... Flores blancas; flores moradas;
flores granates... Todas las flores son buenas, porque
todas las flores tienen o color de pureza o color
de dolor...
Para manejar flores que se aparten y miren los hombres;
para tocar las flores de la Cofradía, vengan
esas manos de mujeres capillitas, sabias en bordados
y encajes... Que ningún hombre se atreva a
decir «esta flor aquí» o «esta
flor allí»... Dejadlas a ellas que repartan
flores, porque sus manos, cuando cogen una flor, más
que cogerla la acarician, y al colocarla, más
que colocarla en un paso, la ofrecen con rito y recogimiento
de oración.
Se reparten los cirios y los cargos... El capataz (timonel
de pasos) da las últimas órdenes a sus
costaleros... iCostaleros!... ¡Cirineos de la
Semana Santa! ¡Nazarenos desconocidos bajo el
amplio capuz de los faldones!: Que vuestra mejor ganancia
sea la de saber rezar en medio de cansancios y sudores,
y que vuestro orgullo no se caiga al suelo por escasa
que sea la paga; porque vuestro mejor sueldo debe ser
el de sentiros portadores de fervores y devociones de
Carmona...
¡Bendito sea el costalero
que va mirando al Señor
no con ojos de la cara,
con ojos del corazón!
Costalero de Carmona,
penitente del sudor,
abanderado de llantos
y sótano del dolor:
Por las calles de tu pueblo,
bajo pesos de Pasión,
vas pensando en las estrellas
con añoranzas de sol. |
El pueblo de Carmona, apiñado en la plazuela,
espera ansioso... La plazuela puede ser la blanca de
San Felipe o la recatada y seria del Salvador; campera
y espléndida como la de Santiago o histórica
y empinada como la de San Blas; levantada con mucho
de púlpito lonja de San Bartolomé
o recogida al amparo de una torre espigada lonja
de San Pedro. Todas nuestras Hermandades tienen
anchuras de plazas o lonjas para las amplias vibraciones
de sus salidas, y para que sobre la emoción de
la Carmona Cristiana no falten grandes jirones de cielo
ni brillantes guirnaldas de estrellas.
Se enciende la cera con temblores de emoción
ilusionada... El monago quema su primer puñado
de incienso, y se abren las puertas de la Casa de
Dios. El pueblo de Dios guarda silencio; es éste
un silencio ordenado por ese sargento que llevamos
dentro; ese sargento a quien nunca desobedecemos,
porque nunca se equivoca: el corazón... Es
el corazón de cada cual el que impone ese silencio
sentido y sincero; ese silencio en el que pueden oírse
pasos de «nubes y palpitaciones de estrellas».
El rechinar de los goznes grandes de las puertas
adquiere significaciones de manos clavadas en la Cruz,
y la Cruz de Guía, limpia, escueta y sencilla,
anuncia a otra Cruz complicada por llagas y estertores,
donde queda injertada la muerte humana del mismo Dios.
En la oscuridad del templo ¡qué
oscuro es nuestro olvido! estallan las pocas
luces que acompañan al Señor... El paso...
Ya está ahí el paso... Sí, carmonense;
sí, paisano mío... Ya está ahí
el paso... Un paso sobre el que nos llega la resignación
flagelada del Jesús de la Columna o la ruta
salpicada de lirios y caídas con una Cruz a
cuestas; un paso de Señor crucificado, de Señor
ofrecido a todos los vientos, o un paso de Señor
que desciende de la Cruz, entre fuerzas apostólicas
y piedades marianas... Un paso... Un roce de Dios,
un ardor divino que enciende hogueras sobre la nieve
de nuestras almas... Un paso de Señor o un
paso de Virgen a punto de salir...
«¡Un poquito más!...» «iQuieto!
¡Quieto!...» «Un poco al frente,
con mucho cuidaíto...» «¡¡¡Arriba!!!»
Este arriba del capataz; este arriba que sobrecoge
y desgarra; este arriba que pone de rodillas al Himno
Nacional, es un arriba a nuestros espíritus,
un arriba a la Patria y un arriba a Carmona entera...
Siempre se ha dicho que para pedirle heroísmo
a un español, basta y sobra con una bandera
española y una banda de música. También
puede añadirse que para que ese mismo español
se estremezca de cristianismo y de fe, basta y sobra
con ponerle en una plazuela española cuando
un paso de Pasión se alza de pronto en la puerta
de una iglesia, entre nubes de incienso y a los compases
gloriosos de nuestra españolísima Marcha
Real...
Así es España; pueblo de corazones que
saben sentir más y mejor por junto que por
separado... Así es la España que cantó
Ricardo León:
¡Nada valdrá contra la España
eterna
que es decir la cristiana y española;
Cristo es su Rey; su capitán, Loyola,
y es el pueblo de Dios quien la gobierna.
|
Así es la España del Dos de Mayo, así
es la España Nazarena; así es el español
de valiente y patriota, y así es de cristiano.
Así es España y así es también
Carmona, por cristiana y por española.
Por no dañar los amores propios de cada itinerario
con las preferencias de mi opinión, quiero
prescindir de rincones y calles por donde nuestras
Hermandades alcanzan su máximo de belleza cofradiera.
Porque he nacido en Carmona y vivo en una de sus calles,
no quiero mencionar a ninguna de ellas ni a ninguna
de sus esquinas, porque creo que una de las virtudes
más esenciales de todo pregón de Semana
Santa debe ser la de llevar hasta los oídos
y hasta las almas un mensaje de hermandad y una llamada
para hacernos ver que estamos, bajo el cielo, unidos
con los lazos de unos mismos recuerdos, con las lágrimas
de una misma emoción, y con la esperanza de
unos mismos destinos celestiales. Sólo quiero
mencionar tres nombres carmonenses a carta cabal;
tres nombres de todas las túnicas y de todas
las Imágenes: Santa María, la Puerta
de Sevilla y el Angostillo; tres lugares de Carmona
muy de todos los carmonenses: los tres nudos en que
se unen nuestra vida diaria, nuestra historia y nuestro
más allá de la vida y de la muerte.
¡Santa María!... Decir en Carmona Santa
María, es decir Carmona hecha devoción
y nobleza; es un acordarse de los lacitos de cada
Septiembre y un venirse de pronto a los labios la
Salve a nuestra Patrona. Decir Santa María
en Carmona, ya lo sabéis como yo, es decir
la Virgen de Gracia, con su rostro de Madre Niña
resignado a su privilegiado porvenir de Dolorosa...
¡Cerca de Santa María
las casas están rezando
un rosario de portales;
avemarías en los patios,
padrenuestros de zaguanes
y glorias en los tejados.
¡Barrio de Santa María!:
andaluz y castellano...
Castellano por sus piedras,
de un pardo tan toledano;
andaluz por su blancura,
y por sus conventos, santo...
|
Imágenes y nazarenos llegan a nuestra Prioral
desde los cuatro costados de Carmona. Bajo sus altas
bóvedas y entre sus robustas columnas, la sombra
perfumada por siglos de cristianas gestas, exigen
recogimiento a nuestros ojos y oraciones a nuestros
labios... El templo de Santa María en los momentos
de estación obligatoria es recordatorio de
penitencia para el carmonense nazareno vestido de
luto, de dolor y de espina.
Lástima que dada la estrechura de los arcos
del Patio de los Naranjos, no puedan atravesarlo nuestros
pasos: porque el Patio de los Naranjos de Santa María
tiene la misma hechura, la misma medida y el mismo
alegre estilo que muchos de los patios de Carmona,
y sería maravilloso contemplar Cristos y Vírgenes
rozando con sus cruces y con sus palios la promesa
blanca de los azahares, avanzando por un camino abierto
entre macetas florecidas.
Por fortuna, los azahares y las flores de nuestro
bendito Patio de los Naranjos, trasciende en perfume
hasta las mismas naves de Santa María, como
si quisieran con ello que ninguna procesión
de nuestra Semana Santa echara de menos en la Casa
de Dios el milagro de una primavera que canta glorias
al Señor en los balcones y reza florecida y
como hincada de rodillas en las ventanas bajas de
nuestras calles encaladas y estrechas.
Para cada cofradía que llega a nuestra Prioral,
tiene nuestra Prioral esa mezcla de seriedad y de
sonrisa, de oscuridad y de perfume, padecimientos
de madre que sufre sin querer que sufran sus hijos...
¡Virgen de Gracia!: Mira... El Niño coronado
que en tus brazos sonríe, se ha hecho ya Hombre,
coronado de espinas... Mírate Tú misma,
¡Patrona de Carmona!: Tu sonrisa antigua, tu
sonrisa de ermita de vega, se ha mojado en llantos
y está rota entre tus manos de Dolorosa...
¡Puerta de Sevilla! ¡Ventana ancha por
donde la Carmona añeja se da la mano y el alma
con la ciudad de la Giralda!... ¡Puerta de Sevilla!:
Prólogo de nuestro abolengo, antesala de reyes
hispánicos; puente entre la Carmona de ayer
y la Carmona de mañana; arquitectura mora predestinada
para cristiana...: Tú, Puerta de Sevilla, templo
de tránsito con cúpula de cielos, eres
joyero para los valores divinos y humanos de nuestra
Semana Santa...
En la Puerta de Sevilla,
cuando el Señor va llegando,
las piedras se vuelven oro
y los arcos relicarios...
Nuestra Puerta de Sevilla
para la Virgen del llanto,
pone caricias de Historia
sobre el temblor de sus palios...
Saetas de los camperos
germinan en sus dos arcos
y al mismo tiempo se mezclan
con flores de un mismo paso...
|
¡Puerta de Sevilla!: Resonancias de amarguras
de Pasión... Tú eres hoja perenne en
el libro de nuestras memorias cofradieras, por lo
mismo que eres paso obligado de carmonenses y extraños,
girocho resto de pasadas glorias y testimonio monumental
de siglos caballerescos y cristianos...
¡El Angostillo! Cintura estrecha de la guitarra
amplia que forma nuestro caserío... ¡El
Angostillo!... Adoquinado y sin surcos, pero campero
y carmonense de pies a cabeza, por su «palique»
de labranzas y jornales, de lluvias y sequías,
de trato y de «copeo»... Tenía
que ser aquí, en el Angostillo del riego y
del secano, donde más numerosas y sentidas
se dieran las saetas de Carmona... Saetas bien cantadas
y saetas mal cantadas... Saetas con sus «gallos»
y saetas con sus «canarios flautas»...
Saetas de «cantaor» y saetas de «afisionao»,
pero saetas todas, y plegarias todas ellas... La saeta
bien dicha, la bien entonada, nos embarca en un grito
de seda para navegar en penas, para atravesar oleajes
de sangres divinas y para salpicarnos por dentro con
las lágrimas de la Madre de nuestras madres...
La saeta bien cantada es balanza en su fiel, balanza
en equilibrio: en un platillo el quejido, y en el
otro, música, armonía, «cante
bien dicho»... Pero la saeta mal cantada, esa,
es la saeta que todos llevamos dentro... Esa saeta
«sin idea» es la que nosotros, cobardes
ante el qué dirán, no nos atrevemos
a cantar, cuando se nos abrillantan los ojos delante
de una figura llagada o llorosa...
Siempre que escucho una saeta en el Angostillo me
acuerdo de El Camparito el Aguador... Todo el año
iba con su carrillo de diez cántaros, achuchando
al cansado borrico por la empinada cuesta de la fuente.
Era el Comparito un saetero de todos los años...
Hasta que la muerte le trajo reposos al paisano viejo,
no hubo Semana Santa de su pueblo sin saetas suyas...
Las últimas que cantó fueron aquellas
saetas de poca voz, que el viejo canoso rezaba más
que cantaba. El Comparito, a última hora, no
necesitaba paradas de paso, porque él no se
conformaba ni con una, ni con diez, ni con cien saetas.
Achacoso y vencido, lo contemplo así en mi
memoria de niño; con su pasito corto de costalero,
con su pasito de paso, con su rosario de saetas y
con aquel dedicar últimos vigores al Calvario
del Martirio y a las lágrimas sin consuelo.
Todos los que le conocieron, cuando suena la primera
saeta en el Angostillo, pensarán en aquel saetero
que murió ya... ¡Saetas del Comparito!...
Las iba cantando sin dejar de andar, apagada su voz
por música y tambores, cuando no echada a un
lado su garganta vieja por otra garganta nueva de
saetero joven...
Saetas del Angostillo: para vosotras tiene Carmona
silencios de templo, porque Carmona sabe que sois
cante «jondo» que grita oraciones altas,
y subidos fervores que cantan con una fe «jonda».
Carmonense del campo: no te guardes por dentro tu
saeta; grítala sin miedo, con la voz que puedas,
porque Carmona sabe que tú la has traído
en las «quincanas del alma» después
de ensayarla mil veces en las tardes del olivar, en
las cercanías de una noria hortelana o en las
noches sudadas de una gañanía...
Queridos paisanos: a quien os pregunte el por qué
nuestra Semana Santa es emoción prodigiosa,
podéis contestarle así: porque en esta
tierra bendita la Divina Pasión se abre camino
en nuestros corazones y en nuestras almas con colgaduras
de cielos azules y bajo estrellados palios de noches
hermosas; con nuestros alrededores y con nuestros
patios; con nuestra historia y con nuestras flores;
con nuestras mismas penas y con nuestras mismas lágrimas...
Ante los pasos de nuestras cofradías somos
los hijos más hijos y las madres son todavía
más madres...
Hace algunos años, cerca de la Torre de San
Pedro, se detuvo un paso de Señor, dando cara
a un balcón... En ese balcón estaba
arrodillada una mujer; una madre, enferma de muchos
años...
Uno de los nazarenos mojó su capuz con un torrente
de lágrimas de hijo. Aquellas lágrimas
eran lágrimas de hijo, sí; pero unas
lágrimas de hijo brotadas en un espacio de
Semana Santa carmonense, en presencia del Señor,
y teniendo a la espalda, atravesando nuestra Puerta
de Sevilla, entre inciensos, flores, luces y saetas,
la impresionante congoja de una Madre Dolorosa...
Yo os aseguro que en ninguna otra ocasión son
mis lágrimas más distintas a mis demás
lágrimas que cuando paso de nazareno bajo aquel
balcón, donde ya no está mi madre...
No está allí... No está... Pero
yo la veo... Sí...Yo la veo como entonces,
arrodillada, rezándole y rogándole al
Señor por mí...
He dicho.
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