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La
cuesta y otros cuentos
Sevilla, Caja Rural, 1979. (Premio Aljarafe de cuentos)
Cuentos
de cal y sol
Sevilla, Lautaro, 1990.
La soledad repartida
Sevilla, Diputación, 2000.
LA SOLEDAD REPARTIDA
"La soledad repartida"
es un conjunto de 61 relatos cortos que la Diputación
Provincial de Sevilla publicó en el año 2000.
En el prólogo del libro el profesor y escritor Rafael
de Cózar escribe: "En este libro, José
María Requena acomete así el más difícil
todavía, con relatos muy breves, esos cuentos mínimos
de extensión, pequeños relámpagos de
ingenio, a veces de mínima trascendencia temática,
pero que nos sumergen de lleno en la profunda humanidad de
este sur que él llevó siempre en la sangre.
Las anécdotas aquí son a veces brevísimas,
una frase, una salida de esas típicas de los personajes
representativos de nuestro pueblo, rozando el duende, frase
que sirve como cierre a un mínimo apunte previo, a
un esbozo del protagonista y de escenario.
Algunos textos de "La soledad repartida"...
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Hombres isla
1
Medio enloquecido de tanto vivir solo, puso en un periódico
el siguiente anuncio:
"Sin otros contactos que algunas llamadas a teléfonos
marcados al azar, propongo una asociación de
personas incomunicadas. Llamar al número..."
Tras producirse unas cuantas respuestas inmediatas,
una hermosa mañana de domingo, diez hombres y
seis mujeres acordaron reunirse en un parque, todos
ellos, ansiosos de conversación y compañía.
Pero aún no había llegado el atardecer
de aquel día, cuando los dieciséis solitarios
decidieron separarse, convencidos de que no valdría
la pena repetir la cita.
2
Unos quince días después de aquel frustrado
encuentro, el solitario autor de tan peregrina convocatoria
recibió la llamada de alguien que, siendo, como
dijo, un "hombre-isla", había leído
su propuesta en un ejemplar atrasado del periódico
y se sentía realmente seducido por la iniciativa.
El autor del anuncio aprovechó la oportunidad
para resumir su opinión sobre aquel fracaso asociativo:
-El caso es que todo se fue
al traste a la primera de cambio. ¿Y sabe por
qué? Porque, después de mucho marearnos
mutuamente con nuestra reprimidas e insufribles verborreas,
caímos en la cuenta de que una charla mantenida
de persona a persona carece de la emoción que
supone eso de hablar con alguien de quien desconocemos
el nombre y el rostro, si es pobre o rico, joven o viejo,
insoportable o perverso o bondadoso... Y además,
como tampoco ellos le conocen a uno, hasta resulta posible
intercambiar las más graves y reservadas confidencias.
Y bueno, porque, si se encarta, hasta incluso cabe beneficiarse
de cierto desahogo en imprevistos cruces de palabrotas,
sin que la sangre pueda llegar al río.
-Pues ¿sabe
una cosa?- dijo el otro-. Que me parece que lleva usted
toda la razón del mundo.
-Claro está que
sí. Mire, sin ir más lejos, yo, ahora
mismo, me permito el lujo de decirle que es usted un
hijo de perra...- dijo el autor del anuncio y colgó,
a la espera de que el desconocido llamara de nuevo.
Y así fue:
-El hijo de perra lo será
usted, so pedazo de cabrón...
El autor de la humanísima y fracasada iniciativa
colgó el teléfono y se miró ante
un espejo.
- ¿Qué me
dices, eh? - se preguntó guiñándose
un ojo- ¿No es verdad que de este modo resulta
todo la mar de emocionante y divertido?
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Otro mundo
-¿Y tú quién eres?
-¿Que quién
soy yo? Y yo qué sé.
Los dos guardaban un pensativo silencio.
Ya caigo, ya -dice uno de ellos-. Tú y yo acabamos
de morirnos al mismo tiempo, quizás en un mismo
hospital o en un choque de trenes o quién sabe
si en una misma batalla o...
-Pues vete a saber -le
interrumpe el otro-. A lo mejor somos sencillamente
unos mellizos a punto de nacer.
Desde el sofocante fondo de la oscuridad, llega una
voz destemplada y agria:
- ¡Coño,
a ver si nos dejáis dormir!
Y otra voz añade con una adormilada lentitud:
-En los algergues, no
deberían admitir a estos borrachos de la mierda.
Tras un corto silencio, se reanuda el diálogo,
aunque con cierta prudencia en el todo de la voz:
-La cosa tiene guasa.
Ahora resulta que tú y yo estamos vivos... Borrachos
pero vivos.
-Pues vaya, lo que nos
faltaba... Menudo aburrimiento...
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Noctámbulo
Salvo raras y mínimas sorpresas, todo se repite
cada amanecer. En estos inicios del día, el noctámbulo,
aunque se reconozca intimidado por la suave doblez de
las primera luces, lejos de ponerse a la defensiva en
los opacos restos de su soledad, intenta mínimos
de acomodo entre las otras vidas que acaban de abandonar
el sueño.
En lentos y desengañados movimientos de indiferencia,
se emociona con el olor a desarraigo y huida de alguna
estación de ferrocarriles, bebe aguardiente en
la cantina, porque tiene boca recalentada por las invisibles
hogueras de la noche, escocidos los labios por ácidos
besos recientes o distantes, hincados los codos en la
barra con todo el peso oscuro de las horas vividas en
las espaldas turbias de la luz del sol.
Se entromete después en los femeninos reinos
del mercado, para detenerse con una derrotada simpatía
ante los asustados rostros de los peces, y manosea las
frutas como si así pretendiera curarse los dedos
de los perfumados tactos de carnes alquiladas y de las
crujientes y arriesgadas sensaciones de los naipes...
Por fin, al abrir la puerta de su piso vive la impresión
de que la cansina fiera de sus adentros está
a punto de olvidarse de todo en la entrañable
lealtad de la madriguera.
Medio vestido aún, y como si se suicidara un
poco, el noctámbulo se deja caer en la cama siempre
revuelta, y echa de menos las lejanas manos de la madre
echándole una manta sobre los pies después
de quitarle los zapatos...Y escucha su quejumbre :"Hay
que ver, hijo, las horas que tienes de volver a casa."
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Al sur
Bajo el sol mediterráneo, la tierra de la excavación
ofrece la crispada mueca de los apuñalados, sin
memoria ya de la pequeña arboleda sacrificada
bajo la implacable lógica de todos los descubrimientos.
Ni siquiera quedan yerbajos secos sobre una superficie
cuyas muchas heridas arqueológicas vigila y cuida
ilusionadamente don José María, a la espera
de que la entraña pardusca le muestre de improviso
la encantadora curvatura de un ánfora o el resucitado
brillo de un mosaico, durante tantos siglos cegado bajo
el esplendor de sabe Dios cuántas cosechas cereales.
De visita profesional, una guapa colega norteña
acompaña al joven arqueólogo. comentan
la marcha de las excavaciones, cuando se les acerca
un obrero que, gorrilla en mano, avisa de su presencia
con una insistente tosecita seca.
-Hombre, Francisco ¿qué
hay?
-Pues ya verá usted,
don José María, que vengo a decirle que
no voy a trabajar esas horas extraordinarias.
A la expresión del arqueólogo se le cruza
un gesto de contrariedad, porque Francisco es todo un
experto veterano en la dificultosa delicadeza que en
esta clase de trabajos requiere el bronco manejo de
picos, palas y azadones.
-Pero, bueno, Francisco
¿tú lo has pensado bien? Tienes cinco
hijos ¿no?
El obrero saca a relucir una sonrisa un tanto filosófica,
antes de dar a conocer su profunda respuesta.
-Es que ,ya verá
usted, resulta que me he convencido de que uno se tiene
que morir.
La arqueóloga norteña sonríe admirativamente,y
don José María le comenta:
-Seguro que en tu tierra
escucharás pocas veces razonamientos de este
estilo.
Y el obrero, guiñados los ojos a la defensiva
del sol, subraya su crítica amable con la pausada
ironía de una pregunta:
-¿Es que en la
tierra de la señorita no saben que se tienen
que morir?
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Gitana
Sobre la mesa blanca, bajo el sol implacable del quirófano,
tiene algo de espléndida nube de verano el desnudo
y retostado cuerpo de la gitana joven .
Imaginativos, los médicos perciben cómo
los dieciocho años de la muchacha ofrece un algo
de extraña vejez rejuvenecida, mientras penetrantes
aromas de yerbajos altos y candelas recién apagadas,
superan y someten a los agresivos olores cirujanos.
-Tranquila -dice
el anestesista antes de inyectarla-. Estas intervenciones
de matriz no duran ni media hora.
La gitana, muy abiertos los ojos y trabajosa la sonrisa,
le suplica al hombre de la bata blanca:
-Oye, por favor, díle
al doctor que ponga mucho cuidado, no vaya a cortarme
la vena del gusto.
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Revancha
En los jardines bien iluminados del hotel, la noche
de primavera invitaba a rebelarse contra la monotonía.
Desde un rincón, la primera copa en la mano,
Lorenzo repasaba los rostros de los invitados a la boda
de su amigo, en busca de evocativas referencias personales
de hacía más de veinte años, tiempo
de su larga ausencia de la ciudad.
Poco a poco, tejiendo recuerdos, identificaba fisonomías
y les daba cuerda a historias más o menos amables
de aquellos entonces juveniles: compañeros de
estudios y de correrías, y también, cómo
no, muchachas, de las que su pícara memoria conservaba
sobre todo el personalísimo dibujo de los labios.
Por supuesto, casi perdida por completo la ligereza
feliz de aquellos años, tanto ellas como ellos,
hechos ya a la primera pesadumbre de las canas, se iniciaban
resignados en las primeras monotonías de la madurez,
tras haber sacrificado tantas y tan hermosas pujanzas
en las atolondradas apetencias de la prisa.
Pero, de improviso, Lorenzo se olvidó de todos
aquellos a los que se proponía saludar de inmediato,
porque acababa de llegar Fermina Jiménez, con
su inconfundible estilo de echar hacia atrás
la cabeza, agitando la cabellera con la evidente y soberbia
intención de hacer ver la alargada estética
de su cuello. Aunque bastante más gruesa, conservaba,
sin embargo, aquella airosa elasticidad tan bien cimentada
sobre unas piernas que tanto supusieron en la vida de
Lorenzo, a partir de los catorce años.
Con todo, en un esquinado giro de su admiración,
después de apreciar en Fermina la lógica
y evidente pérdida de atractivos, recordó
la sentenciosa opinión que un compañero
de la universidad ponía en boca de su abuelo:
"Ningún otro placer puede compararse con
el de llegar a comprobar cómo el paso de los
años ha deformado los perversos encantos de las
mujeres que no pudimos conseguir cuando muchachos."
Poco más de veinte años tendría
Lorenzo. Imposible eliminar en la memoria de los oídos
la casi líquida sonrisa de ella, mientras desgranaba
las palabras
-Pero bueno, Loren ¿estás
de broma?:
Y él insistía con una sofocada ingenuidad
que a ella debía resultarle de lo más
divertida y ridícula.
-Te estoy hablando en
serio, Fermina, estoy enamorado de ti desde que éramos
niños.
Y ocurrió entonces lo más imperdonable.
Fermina se volvió hacia los amigos que participaban
en la fiesta, con la sofisticada y soberbia intención
de provocar la envidia de algunas de las muchachas:
-Por favor, no os perdáis
esto. El travieso de Lorenzo acaba de decirme que me
ama.
Los demás reaccionaron con voces altas y ruidosas
carcajadas, hasta que, una vez advertida la confusión
del amigo, guardaron un silencio incómodo y unánime.
Para evocar en su más intensa viveza aquella
frustración de sus veinte años, había
echado la mirada al suelo, sin percatarse de que Fermina
se le acercaba con el aplomado y poseído ritmo
de unos andares hechos a los tacones altos.
-Lorenzo, cariño
-dijo, coqueta- cuántos años sin verte.
Y él, sin tiempo para premeditarlo, sólo
obediente a su psicología pretéritamente
humillada, reaccionó con un falso gesto de desconcierto
y desmemoria.
-A ver, a ver, muchacho,
no bromees -exclamó Fermina, dañada y
sorprendida-. Espero que no te atrevas a decirme que
has podido olvidarme.
Lorenzo, tras prologar fingidamente un dificultoso ejercicio
de evocaciones, había encontrado, al fin, la
esperada ocasión para satisfacer su viejo deseo
de revancha.
-Pues claro que te recuerdo.
Aunque han pasado ya tantos años ¿cómo
podría olvidarte?... -e hizo como que dudaba-.
Tú eres Yolanda Ramírez, una de mis amigas
más simpáticas y monillas de los veinte
años.
Los invitados a la boda se volvieron hacia Fermina y
Lorenzo, al oír dos sonoras bofetadas.
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Marzo de 2011
Carmona a
vuela pluma
La Delegación de Cultura
del Exmo Ayuntamiento de Carmona, Olavide en Carmona
y Servilia Ediciones, presentaron en el Parador Nacional
de Carmona el libro: "Carmona
a vuela pluma. Antología de escritos carmonenses.
José Maria Requena". Antonio Montero
Alcaide, editor de la obra, junto a Juan María
Jaén Ávila, hicieron una semblanza de
los textos recopilados y la biografía del autor.
ampliar>>
Junio de 2010
Pintura y
poesía
Entre el 4 y 20 de junio se expone en la Biblioteca
Pública Municipal de Carmona una muestra
de pintura a cargo de alumnos del Aula de Pintura
de Carmona, que bajo dirección de la profesora
Dña. Manuela Bascón han realizado una
serie de cuadros inspirados en poemas de José
María Requena. ampliar>>
Enero de 2010
Memorias del
periodismo sevillano
Con motivo del primer centenario de la Asociación
de la Prensa de Sevilla, se presentó la
obra "Periodistas
de Sevilla (Retratos de autores de dos siglos)",
editada por Mª José Sánchez-Apellániz,
y que recoje un homenaje a las personalidades más
destacadas del periodismo hispalense en los últimos
dos siglos. ampliar>>
Julio de 2008
Décimo
aniversario
El 13 de julio de 2008 se cumplen diez años
de la muerte de José María Requena.
El escritor sevillano Antonio
Montero Alcaide homenajea su memoria en un artículo
en ABC de Sevilla. ampliar>>
Noviembre de 2002
Publicada
la obra completa
Editada por el Ayuntamiento de Carmona, ya está
disponible el tercer y último tomo de las obras
completas de José María Requena.
Se trata de un total de tres volúmenes que
recogen toda su producción poética,
novelística, ensayística y de narrativa
breve, además de una selección de artículos
de prensa y diversos textos. Para más detalles:
archivo@carmona.org
Teléfono: 954191458
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Antonio Petit Caro
Reivindicación
de José Mª Requena en el cincuenta aniversario
de la muerte de Juan Belmonte
"Ahora que se conmemora con
los honores que le son debidos a su memoria los 50 años
de la
muerte de Juan Belmonte, es momento para reivindicar
la autoría de la primicia periodística
de aquella luctuosa noticia. Y es que fue el escritor,
poeta y periodista sevillano José María
Requena quien primero lanzó al mundo la versión
completa de lo que no fue sino una tragedia en "Gómez
Cardeña"...." ampliar>>
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Manuel Losada Villasante
En recuerdo
de José M. Requena
"Compartí con José
María Requena -hombre de pueblo entrañado
con el campo- momentos inolvidables a lo largo de la
infancia, juventud y edad madura, y me sentí
muy unido a él humana y espiritualmente..."
ampliar>>
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Enrique Montiel
José
M. Requena, una teoría de Andalucía
"Y es que resulta en extremo
difícil desproveer la narrativa de Requena, tan
pulcra y bien hecha, de lo sociológico, de lo
político, de lo histórico..." ampliar>>
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