|
|
Gente
del Toro
Madrid, PPC, 1969.
Toro Mundo
Sevilla, Muñoz Moya y Montraventa, 1990.
Versión un tanto literaria
de la Semana Santa de Sevilla
Sevilla, Servicio Publicaciones Universidad de Sevilla.
TORO MUNDO
En "Toro Mundo" José María
Requena con la expresiva intensidad de su estilo, nos aproxima
a los iluminados e inquietantes atractivos de nuestra españolísima
fiesta, para ofrecernos todo un racimo de interpretaciones
profundas y sugestivas.
Bien puede asegurarse que, tras la lectura de "Toro
Mundo", tanto el aficionado de solera como el recién
nacido a los entusiasmos taurinos contemplará de un
modo nuevo y mucho más intuitivo las cosas mayores
y mínimas que se mueven en el drama chispeante y pasmoso
de la corrida.
Algunos textos
de "Toro Mundo"...
|
El toro
En la dehesa, el toro cuaja como una endurecida esencia
de la yerba, hija del viento la cuerna que se afila
con el rumor lejano de las lomas, duros los músculos
cual troncos de olivos, nogales y encinas, fuego renegrido
de grandes rastrojeras en los ojos de la embestida,
campo que crece en poderío y se encampana en
cuanto siente cerca personas, cosas o ruidos ciudadanos.
Y lo encajonan. Padece calabozo a la medida, entre las
gruesas tablas grises del cajón. Viaja en continuas
vibraciones de tráfico, sobresaltos de infierno
en cada curva, niños que, con juncos y varillas,
en las paradas de los pueblos, mortifican el bruto nervio
de las pezuñas por las trampillas bajas de los
excrementos. Pequeñas troneras éstas por
donde el niño adivina la cantidad de campo que
va preso hacia una cita redondamente grandiosa, aunque
muy sofocante y sangrienta, impresos ya los carteles
de tales emociones colectivas, mugidos de las vacas
madres en el anochecer de la dehesa, mientras los chavales
mayorcitos del mayoral le dan de comer poco menos que
en la palma de la mano el becerrete que, al cabo de
unos cuatro años, hará posible que un
torero cobre millones por intentar minucias de arriesgada
elegancia ante la ya bien arbolada amenaza de la cornamenta.
|
|
|
Rejoneo
A causa de las prodigiosas precisiones de la doma, el
campo, que tan briosamente está simbolizado en
los caballos, se nos muestra en el rejoneo con una estilización
semejante a la que tendría una labranza esmeradamente
ajardinada.
Como atestiguan históricos datos luctuosos, el
toreo a caballo no está libre de grandes riesgos,
tanto en el hecho mismo de montar como en el de torear.
Y con el riesgo, las emociones imprescindibles de la
fiesta. Pero, sin entrar en supuestos distingos entre
un toreo del grande y un toreo menor, sí que
resulta obligado subrayar que, en el encuentro de monturas
y novillos, el campo que es el toro se las ve con unos
corceles de una belleza en cierto modo no natural, con
redomada elegancia en andares y movimientos que parecen
calcados de los que derrochan los hombres de seda y
oro.
El espectáculo es hermoso y sugiere no pocas
referencias y evocaciones de lo que estuvo con el origen
de la fiesta, cuando el torero sin caballo ponía
en suerte al toro ante la estampa montada del caballero,
siglos antes de que el tal peón anónimo
se erigiera en dueño y señor de la dramática
emoción del ruedo, el hombre y el toro a ras
de suelo, convertida la faena en puñado de asombrosas
cercanías que tanto recuerdan, en modos y en
ardores, los entrañados acercamientos del amor.
|
|
|
A Puerta Gayola
El hombre, como si se enfadara con los consentidos principios
de su miedo, abandonó el burladero, cruzando
la arena, para colocarse de rodillas ante la negra bocamina
de los chiqueros, ansioso de endurecerse las posibles
blanduras de su valor, a punto de revuelo, por sobre
la cabeza, la anchura del capote empuñado sólo
por una mano que habrá de estar crispada como
la de los náufragos asidos al único madero
que se pone al alcance en el ahogo, hasta que, igual
que una tormenta seria, de las de rayos, relámpagos
y truenos, la ceguera del toro nubla la vida del hombre
por tan solo un segundo interminable que le salva ya
de temores, para el resto de tiempo que habrá
de durar la desmesurada emoción casi esférica
de la corrida.
|
|
|
Pepe Luis Vázquez
Sonaba tu toreo a farolillos movidos por la brisa abrileña.
Nada de estridencias. Ni un paso de más ni de
menos al acercarte al toro. Muy ceremoniosos y hasta
lentos los ademanes. Mimo y delicadeza al servirte de
las telas, no ya instrumentos, no simples cosas, sino
prolongación airosa de tu estilo lírico,
íntimo amigo de tu garbo del sol, del cielo y
del aire, frágil a veces tu valor, aunque nunca
llegaras al desatado espectáculo pánico
de la espantada, serenamente rubio en los trances del
miedo, sabio de toros al evitar las cornadas.
Si el estilo de Manuel Rodríguez acomodaba sus
hechuras al verdor erecto y oscuro del ciprés,
el tuyo se ofrecía con perennes brillos naranjales,
redondo el fruto alegre de tu gracia y espinosas, a
veces, de excesiva prudencia, la delicada valentía
de tu ramaje.
Famosa e imborrable tu cogida de Santander, cornada
en la cara, cornada de espejo, el pitón a milímetros
del ojo, geografía del susto cada mañana
al afeitarse, malaya la fatalidad norteña, nunca
desde entonces vibrante del todo tu alegría.
|
|
|
La retirada
A lo mejor, quién sabe si por ningún motivo
de peso, decide volverle la espalda a toda esa apretura
de emociones, de apetitos, de aplausos y riquezas. Por
lo general, no deja de ser curioso, la cornada grave
suele influir, más bien, un poco a la larga y
no en la circunstancia dolorida y más o menos
tenebrosa del convaleciente. Es más: las causas
determinantes e inmediatas de una decisión así
de significativa ni los mismos que la viven pueden explicárselas
del todo.
De repente, en mitad del campo, el protagonista de tantísimos
escaparates, se pone a pensar en la serenidad de las
trastiendas. O acaso un grito más agrio que ofensivo,
en mitad de una faena, le hace pensar que la bien proporcionada
cabeza del toro que tiene delante ofrece las proporciones
ideales que siempre ha deseado, para colgarla como símbolo
postrero de todos sus carteles, bien visible, en pared
preferente y a la amable altura en el que deben ser
colocadas ciertas cosas, bien al alcance de los cansados
ojos de la nostalgia.
También, cómo no, por encima de todo,
desde los días iniciales de la novillería,
se han sucedido llantos de madre, de novias, de esposa,
de chiquillos, aunque, por lo general, para el hijo
pequeño, su padre es una especie de íntimo
amigo de Dios que regresa siempre con sonrisas, besos
y juguetes. Pero no cabe duda de que la amargura hogareña
ha ido minando los cimientos de los primeros arrojos
cada tarde nueva, durante el paseíllo una meditación
muy seria y muy sensata sobre la muerte al acecho desde
todas las tablas de la barrera.
|
|
|
Capote
Al toro que acaba de brotar de la cerrada noche estrecha
del chiquero hay que abrirle la generosa amplitud del
capote, para que, en cierto modo, recupere sus sensaciones
de espacios abiertos y colores, no perdida del todo
la esperanza de que, a través de algún
laberinto, desemboque de nuevo en la serenadoras yerbas
de la dehesa.
Igual que un oleaje de temporal intenta romperse la
embestida contra el acantilado del percal rosado, que
repentinamente se le queda a sólo unos centímetros
de alguno de sus pitones. Se salpica el aire con la
blanca espuma de una ola que no logra descubrir la mentira
que hay por detrás del abierto capote de la playa.
En bravura de toro se baña el buen maestro capotero.
Navega la bravura en su barco de vela de percal. Llena,
por fin, de bravísimos peces la enmilagrada red
de la media verónica.
De inmediato, el capote se convierte en llamativa y
engañosa herramienta, para la punzadora suerte
metalúrgica de las puyas. Después, ni
siquiera la gracia de algún quite provocará
de nuevo la ilusión del toro, a cuenta de las
vaquillas que habrán de aguardarle más
allá de la tersa tela rosada.
|
|
|
Plazas
Sevilla
El largo centenar de sus arcos ofrece una armonía
casi más musical que arquitectónica. Y,
además, sus proporciones tienen su no sé
qué de filas de farolillos en abril coronando
en redondo los airosos y encalados altos de una plaza,
cuyos tendidos poseen, muy rondeñamente, la pasantez
histórica de la piedra.
Al redondel, una hermosa moneda de oro de Alcalá
de Guadaíra, el mismo oro también para
los soleados suelos de la feria, el albero, un oro que,
una vez llevado a los más distantes ruedos. Dios
sabrá por qué, suele quedarnos nada más
que en oro barato de bisutería
Bilbao
Un ruedo es éste de toros con trapío de
barcos y locomotoras, de soles ahumados, cuando no de
acero los celajes o de finas agüillas de sirimiri
apagando el pretencioso chisporroteo de las taleguillas.
Muy cuesta arriba dicen los toreros que llegan a la
plaza bilbaína, crujiéndoles por dentro
los enrollados carteles de una temporada a punto de
cerrarse.
Se entromete el nublado en las conversaciones y humos
de buenos habanos que remontan los rumbos taurinos de
la calle Concha, el monte Pagasarri al fondo, como un
enorme tendido de sastre el coso de Vista Alegre.
Las faenas de aquí son cotizadas en el toro mundo
como de mucho tonelaje, por lo que raros serán
los toreros buenos que no lleven muy adentro las ovaciones
cosechadas aquí, en esta o en la vieja plaza,
por lo general, bajo plomizos nubarrones inolvidables.
Toda una atractiva paradoja que se repite con frecuencia
nada menos que de espaldas al sol.
|
|
|
Lo gitano
En la tauromaquia están. No hace falta nombrarlos.
Aquellos gitanos que no llegaron a lucirse en la cima,
sí que conmovieron al menos las rutinarias laderas
del toreo, dueños ellos, en todo momento, de
los más morenos temples, con la inspiración
para lo emocionante un tanto garantizada por la desgracia
de una raza que tan místicamente sublima sus
penurias en sus cantes y sus bailes, tan patéticos
parientes de los ritmos todos de la lidia.
También en la fiesta de los toros se repite todo
eso tan incomprensible, pero cierto, de que en los temperamentales
espacios de la cultura popular, se recrecen voces, gestos
y actitudes que únicamente maduran en los padecimientos
colectivos. Y nada de extraño tiene que la estética
taurina de los gitanos se descomponga con cierta frecuencia
en el escándalo de la "espantá",
repentino pánico, rebrotes de tantísimas
huidas por todos los caminos de los siglos.
|
|
|
Sanfermines
En uno de esos prontos con que los jóvenes resuelven,
en voceríos de grupo numeroso la instintiva necesidad
de poner patas arriba algún orden muy respetado
y llamativo, se les debió ocurrir a los ibéricos
muchachos aquellos de Navarra sacar de los corrales
los toros de la tarde, endebles todavía las primeras
luces y aún vacías del todo las calles,
aunque es de suponer que estarían avisadas las
hermanas, novias y amigas, para que, también
aventureras madrugando, presenciasen admirativamente
la arriesgada y gratuita carrera delante de las cornamentas,
pies para que te quiero, manos crispadas al alzarse
a pulso por el herraje de una ventana, y, al final,
buen aguardiente para ahuyentar por las entretelas el
hormigueo postrero de los miedos, satisfecho el sudor
de la carrera y legítimamente petulantes las
miradas altas.
Perdón pedimos, desde ya, a los conocedores de
los históricos orígenes, por dejarnos
llevar hasta una versión así de puramente
intuitiva, y sin duda alguna más sugerente y
garbosa por el aquel intrépido de tan novísimo
estilo de apostar por la rebeldía.
Aunque de fijo no deseado por los corredores de la calle
Correos, se nos impone la idea de un parentesco lejano,
pero cierto, entre tales encierros y el inesperado y
descompuesto brinco del espontáneo. Un mal pariente,
eso sí, el hombre que, en su avenate, descoyunta
el orden un tanto mágico de la lidia, removiendo
las aguas de una embestida ya encauzada, a punto el
grito de muerte en los tendidos, torpes las manos del
peonaje al intentar detener los despeinados deseos de
la locura.
Los muchachos y menos muchachos que corren en los Sanfermines
sí que son espontáneos, pero no de los
otros, no de los que rompen la gracia de la fiesta,
sino en son de gente que ha logrado legitimar un modo
de entrañarse en el mito de la temeridad.
Y, por supuesto, después de contemplar la vivísima
riada de pujos de toros y muchachos, encauzada entre
gritos, hasta desembocar en el ruedo por una estrechura
casi genital, no queda más remedio que admitir
cualquier teoría que pueda referirse a la posible
significación fecundadora del vientre de la plaza
por ese torrente de osadías mezcladas con la
bravura, roto con frecuencia el himen de la mañana,
sangre tiñendo acaso el filo de alguna acera.
|
|
|
|
|
Marzo de 2011
Carmona a
vuela pluma
La Delegación de Cultura
del Exmo Ayuntamiento de Carmona, Olavide en Carmona
y Servilia Ediciones, presentaron en el Parador Nacional
de Carmona el libro: "Carmona
a vuela pluma. Antología de escritos carmonenses.
José Maria Requena". Antonio Montero
Alcaide, editor de la obra, junto a Juan María
Jaén Ávila, hicieron una semblanza de
los textos recopilados y la biografía del autor.
ampliar>>
Junio de 2010
Pintura y
poesía
Entre el 4 y 20 de junio se expone en la Biblioteca
Pública Municipal de Carmona una muestra
de pintura a cargo de alumnos del Aula de Pintura
de Carmona, que bajo dirección de la profesora
Dña. Manuela Bascón han realizado una
serie de cuadros inspirados en poemas de José
María Requena. ampliar>>
Enero de 2010
Memorias del
periodismo sevillano
Con motivo del primer centenario de la Asociación
de la Prensa de Sevilla, se presentó la
obra "Periodistas
de Sevilla (Retratos de autores de dos siglos)",
editada por Mª José Sánchez-Apellániz,
y que recoje un homenaje a las personalidades más
destacadas del periodismo hispalense en los últimos
dos siglos. ampliar>>
Julio de 2008
Décimo
aniversario
El 13 de julio de 2008 se cumplen diez años
de la muerte de José María Requena.
El escritor sevillano Antonio
Montero Alcaide homenajea su memoria en un artículo
en ABC de Sevilla. ampliar>>
Noviembre de 2002
Publicada
la obra completa
Editada por el Ayuntamiento de Carmona, ya está
disponible el tercer y último tomo de las obras
completas de José María Requena.
Se trata de un total de tres volúmenes que
recogen toda su producción poética,
novelística, ensayística y de narrativa
breve, además de una selección de artículos
de prensa y diversos textos. Para más detalles:
archivo@carmona.org
Teléfono: 954191458
|
Antonio Petit Caro
Reivindicación
de José Mª Requena en el cincuenta aniversario
de la muerte de Juan Belmonte
"Ahora que se conmemora con
los honores que le son debidos a su memoria los 50 años
de la
muerte de Juan Belmonte, es momento para reivindicar
la autoría de la primicia periodística
de aquella luctuosa noticia. Y es que fue el escritor,
poeta y periodista sevillano José María
Requena quien primero lanzó al mundo la versión
completa de lo que no fue sino una tragedia en "Gómez
Cardeña"...." ampliar>>
|
Manuel Losada Villasante
En recuerdo
de José M. Requena
"Compartí con José
María Requena -hombre de pueblo entrañado
con el campo- momentos inolvidables a lo largo de la
infancia, juventud y edad madura, y me sentí
muy unido a él humana y espiritualmente..."
ampliar>>
|
Enrique Montiel
José
M. Requena, una teoría de Andalucía
"Y es que resulta en extremo
difícil desproveer la narrativa de Requena, tan
pulcra y bien hecha, de lo sociológico, de lo
político, de lo histórico..." ampliar>>
|
|
|