Antonio O. Lancha

 


  Elegía de Manuel

 

Se llamaba Manuel, era gañán,
y al estrechar su mano
se palpaba una especie
de suelta de palomas
por la corteza parda de sus dedos

Era hermano de Pepa,
la criada que vivió en mi casa
más años que yo mismo,
hasta hace poco,
y que fue para mí
como un libro de texto
pequeño de ternura concentrada
donde aprendí amistades con mi pueblo,
hasta saber el modo en que los pobres
nos enseñan su falta de esperanza
como vestida de limpieza
para un raro concurso de hermosura.

Llegaba a la cocina
y amenizaba guisos
con aquella nostalgia
de verse cuando niño
cantando su salmodia de tabla de sumar
igual que si sembrara capitales
en la pobreza gris
del patio de vecinos.

El buen Manuel sabía
los límites de España,
las soberbias más altas
de nuestras cordilleras,
las novelas de agua
de nuestros ríos mayores,
y todas las regiones,
y todas las provincias,
y todas las cabezas de partido
y muchos otros sitios de la patria
donde escriben millones de papeles
jamás condecorados con su nombre.

Yo estuve, con su muerte,
allá en el cementerio de Carmona,
y contemplé su hechura
de mapa de otro mundo.

¡Si hubieran visto ustedes
la cantidad de Cristo
que Manuel predicaba
con la voz imponente
de sus manos trigueras
sobre el pecho!

Desde este ahora lejano,
te doy gracias, Manuel,
por haber sido el muerto
que más me ha convencido
de que existe una vida de verdad
en la que todos te conocen,
Manuel, en la que todos
te nombran por la tarde
cuando tú vas con Dios
paseando.

Era hermano de Pepa,
la criada que me vio nacer
y que al cabo del tiempo,
mis versos escuchaba
a corazón abierto.

 
José María Requena - (Gracia pensativa)